Fachada de la galería. Los Bravú, noviembre 2022.
Vista de la exposición.
Ela Fidalgo. De ente et essentia VIII (2022).
Vista de la exposición.
Grip Face. Izq.: Deconstructed generational mask #01 (2022); Dcha.: Don’t tag me I’m a digital addict (2022).
Vista de la exposición.
Grip Face. Traslapo victimista #06.
Vista de la exposición.
Vista de la exposición.
Vista de la exposición.
Luján Pérez. Siestecita de verano (2022).
Luján Pérez. De Tanum a la eternidad, cariño (2022).
Luján Pérez. Autorretrato I (2022).
Vista de la exposición.
Julia Santa Olalla. Vidriera cubana (2021).
Julia Santa Olalla. Izq.: Vidriera cubana (2021); Dcha.: Autorretrato (2022).
Julia Santa Olalla. Izq.: Vidriera cubana (2021); Dcha.: Autorretrato (2022).
Vista de la exposición. Carla Fuentes.
Carla Fuentes. Izq.: Self selfie (2022); Dcha.: Cámara trasera (2022).
Vista de la exposición.
Gala Knörr. Camarada Britney (2022)
Los Bravú. Izq.: Con la mayor alegría del mundo (2022); Centro: Las sombras irreales os velan vuestra vista, haciendo que creáis que habrá una recompensa (Vánitas) (2022); Dcha.: Reconozco que se me caen las lágrimas (2022)
Vista de la exposición.
Información
Selfie
Los Bravú
Grip Face
Ela Fidalgo
Carla Fuentes
Gala Knörr
Luján Pérez
Julia Santa Olalla
Comisariada por Ester Almeda
El Palacio Grassi nos recibe a última hora de la tarde, mientras empieza a caer el sol. La exposición “Open-end” de Marlene Dumas es la última parada en nuestra travesía de setenta y dos horas en Venecia, y nuestros pies empiezan a responder con dificultad. Venecia, esa ciudad en la que no existen ni los coches, ni las motos, ni las bicis, ni los patinetes, y cuyo único medio de transporte disponible es el vaporetto. Yo, una millennial nacida en la (mal llamada) generación de cristal, pero que sin una Biodramina no puede subirse a un barco, decido que en este viaje se hace todo a pie. Setenta y dos horas para ver la Bienal de Venecia, para encontrar una iglesia en cada esquina, y para visitar todas las exposiciones que la ciudad te ofrece en un año como este.
Nos sentamos en un banco a disfrutar de la obra “Spring” de Dumas, que casi es una promesa de que, el frío que empezaba a calarnos hasta los huesos, pasaría pronto. En ese momento recibo una notificación: “¡Es la hora de BeReal! ¡Tienes dos minutos para capturar tu BeReal y ver lo que están haciendo tus amigos!”. Pienso que la guinda del pastel para la ansiedad crónica de nuestra generación es descargarte una aplicación que te marca un tiempo límite para subir un selfie (y así desbloquear las imágenes que han subido tus contactos). El gancho de la aplicación es que la alerta puede aparecer en cualquier momento del día, sin una hora establecida, dando una idea de espontaneidad y naturalidad a la publicación. Be real. Otra excusa más para una vanidad sin límites.
Subo un selfie, con una de las pinturas de Marlene Dumas de fondo, y reparo en una pequeña pintura, al fondo de la sala, en la que Dumas reproduce dos manos sosteniendo un iPhone. No se sabe si es alguien que está haciéndose un selfie, o simplemente buscando algo en internet, puesto que la pantalla aparece oscura. Es como un espejo que absorbe la propia imagen del que se encuentra delante y no devuelve reflejo alguno. Un agujero negro. La herencia de Narciso: hemos llegado al punto de que nos hemos ahogado tantas veces por enamorarnos del reflejo que nos devuelve una pantalla, que ya no sabemos si alguna de las versiones es real.
Recurro a la leyenda de Narciso, no por ser experta en Mitología griega, ni por mis conocimientos de botánica sobre la flor que tiene su mismo nombre, sino por el apelativo que usamos habitualmente contra alguien que está obsesionado con su propia imagen: narcisista. La historia de Narciso es la de un hombre que se ahogó en su reflejo: es posible que sea el primer relato relevante alrededor de la propia imagen que conocemos, y que define con bastante puntería a nuestra generación: Narciso se enamora visiblemente de una imagen sin cuerpo, o más exactamente, de una ficción.
A principios de año, un amigo me contaba que, en una de sus últimas citas de Tinder, había sido incapaz de mantener una conversación fluida con su acompañante, puesto que ella miraba constantemente a un punto detrás de él. Intrigado, al cabo de un rato, se giró, y se dio cuenta de que, lo que ella contemplaba con tanto interés, era su propio reflejo en el espejo que se encontraba al fondo del bar.
Días más tarde, estallaba la guerra entre Rusia y Ucrania. En el telediario aparecían varias influencers rusas llorando y exclamando: “¡Me han quitado la vida!” , tras conocerse la noticia del bloqueo por parte del Kremlin de la aplicación de Instagram en todo el país. Creadores de contenido con millones de seguidores en una red social, eliminados de un plumazo. Unos ingresos sustentados en la promoción de marca a través de su propia imagen que desaparecen, por presiones políticas, y sin que tengan opción a réplica, salvo cambiar de plataforma.
La base social entre el acto cotidiano de mirar instintivamente nuestro propio reflejo en un escaparate al pasear por la calle, a la institucionalización del selfie como base de la creación de contenido, de la que a día de hoy viven varios millones de personas, es la misma. Y no podemos culparnos: en 1890 Oscar Wilde publica el Retrato de Dorian Grey, que no deja de ser una versión más oscura y menos ingenua de Narciso, y con esa obra nos pone frente al espejo: ¿qué lugar ocupa la belleza en nuestras relaciones sociales y de poder?
Asimismo, Jerry Saltz escribió en 2014: “Vivimos en la era del selfie. Un autorretrato rápido, hecho con la cámara de un smartphone e inmediatamente distribuido e incorporado a una red, es una comunicación visual instantánea de dónde estamos, qué estamos haciendo, quiénes creemos que somos y quiénes creemos que nos están mirando. Los selfies han cambiado aspectos de la interacción social, el lenguaje corporal, la autoconciencia, la privacidad y el humor, alterando la temporalidad, la ironía y el comportamiento público. Se ha convertido en un nuevo género visual, un tipo de autorretrato formalmente distinto de todos los demás de la historia. Los selfies tienen su propia autonomía estructural. Esto es algo muy importante para el arte”.
El selfie es un nuevo género, con su propia lógica formal, estructura, códigos e intencionalidad, que crece y se multiplica a tal velocidad que puede suponer a día de hoy uno de los mayores testimonios culturales de nuestra época. En esta exposición, presentamos la obra de siete artistas españoles que trabajan entorno a la representación del ser humano, la exposición de la imagen pública en internet y su interpretación a través de la pintura.
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Actividad subvencionada por el Gobierno de España- Ministerio de Cultura y Deporte