Vista de la exposición
Vista de exposición.
Vista de exposición.
Vista de exposición.
Vista de exposición.
Vista de exposición.
Soñé que revelabas (Yarlung Tsangpo). 2017. 305 x 227 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Soñé que revelabas (Selengá). 2017. 275 x 203 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Soñé que revelabas (Orkhon). 2017. 275 x 203 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Soñé que revelabas (Marañón). 2017. 305 x 227 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Hybris. 2016. 61 x 46 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
En tus ojos. 2017. 46 x 31 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Edfu. 2017. 46 x 31 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Desvelos. 2017. 61 x 46 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Alba. 2017. 46 x 31 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
100 Serpis. 2017. 31 x 46 cm. Vinílico, dispersión y pigmentos sobre lienzo.
Información
Figuras y ausencias, memoria y olvidos, tiempo y percepción en la obra última de Juan Uslé.
Contemplando estas últimas pinturas de Juan Uslé –realizadas el pasado año en su totalidad, y supongo que como es habitual trabajadas entre Nueva York y Saro (Cantabria)- me preguntaba, antes de comenzar la redacción de este texto, si la ya larga y densa manifestación creativa de la que es autor resulta más enriquecedora verla por su ley de desarrollo interno –ese territorio del signo y el gesto en el que parece que nada cambia cuando en realidad todo se encuentra en perpetuo estado de mutación-, o por las sutiles y no menos sofisticadas variantes que desde el inicio de su carrera han ido pautando y sosteniendo la movilidad expresiva, y ciertamente lingüística, de su discurso pictórico. Es posible que lo más interesante sea (y hablo desde la singularidad expansiva que aspira a convencer de una idea determinada a otras muchas singularidades) contemplar estas pinturas como si fueran ejercicios de una rara notación musical que pueden incluir las dos posibilidades citadas, viendo en cada gesto pictórico notas horizontales con sus propias duraciones y frecuencias, o acordes de seguro o vacilante sonido (gesto) en la verticalidad de su presencia, o bellas e inquietantes dialécticas melódicas entre el tiempo y el compás. Por supuesto, en la abstracta y refinada semántica visual que establecen estos signos gestuales y sonoros también es dable ver en ellos -y agregaría que en estas últimas pinturas con más decidida afirmación- la voluptuosa y en ocasiones inquietante sensación de ver tragaluces, ventanas, escaparates, vitrales, pantallas, claraboyas, rosetones…
Con el transcurrir de los años considero que la obra pictórica de Juan Uslé se ha ido haciendo más compleja utilizando el sabio recurso, y que es tanto práctico como intelectual, de una mayor simplificación formal. Ciertamente, me refiero a una idea de la sencillez que es de una gran profundidad, insistiendo en una voluntad de reducción hacia lo hondo, y ello es lo que finalmente permite que la obra se manifieste en su más brillante complejidad que también es belleza, rara expresividad y compulsiva acción del hecho creativo. Paradójicamente, y la obra de nuestro artista posee más paradojas de las que se pudieran atribuir a su abstracta cualidad y presencia, se da la circunstancia de que a un mayor y más cerrado hermetismo de lo creado se acompañe del irrenunciable deseo de que lo artísticamente realizado necesite medirse con el contenido reconocible depositado en esa misma forma. La pintura del artista cántabro, entonces, es dialéctica en la medida que interroga (en el sentido más humanista del término, como seducción suspendida en el deseo de expansión productiva) la función de la forma como elemento clave, decisivo, en la interpretación del hecho artístico. Es obvio que me estoy refiriendo a una manera de entender el arte, y la obra de Juan Uslé es válido ejemplo de ello, que es capaz de aguantar la mirada con la noble insolencia de seducir o querer ser seducido; o bien la estrategia que acepta gustosa asumir la noble violencia de una sublimación estética como viático para hacer de la práctica artística una posible ciencia del conocimiento. Un arte, en definitiva, “humano” (en el sentido más orgánico de la palabra), tan humano que gustosamente acepta la presencia de la serpiente en su propio paraíso, como sucede en el famoso soneto de John Donne, precisamente para que nada falte en ese soberbio y hermoso paraíso.
Me emocionan e intrigan algunos de los títulos y subtítulos dados por el artista a las obras aquí presentadas –Soñé que revelabas (Yarlung Tsangpo), Hybris, Entre vientos, En tus ojos, El jardín censurado, Edfu, Desvelos, Alba, Above Inari, 100 Serpis…-, como si entre ellos quisieran mantener y defender sus propios y naturales territorios de reconocimiento, allí donde unos se desplazan en la reconocible figuración de la dulce y salvaje lengua de los afectos, y otros insistieran en el orgullo de lo incomprensible e irreconocible, o en la no menos salvaje y primitiva lengua adánica. Quisiera creer entonces que en estas telas, en estas graves y serenas vidrieras laicas de refinada configuración abstracta, está presente un sutil interés por narrativizar, y casi invisible este incentivo debido a la depurada estilización con que es presentado, la estructura interna de la obra, dotándola a su natural visible de un continuum de escaramuzas y escondites donde el espectador debe ejercitarse en completar la fantasía deductiva que las obras nos ofrecen. La compleja y rara dimensión alegórica que detentan no pocas de estas ventanas se manifiesta por igual tanto en una exaltación brutal de lo irreconocible como en el pliegue (expresado así, à la Deleuze) que de una manera muy astuta (quiero decir: como astucia artística) se resuelve en elegantes desplazamientos semánticos, en refinados juegos de apariencia y presencia, en destellos de una posible figuración que únicamente el espectador puede y debe completar o formalizar. Debido a este peculiar e inteligente equilibrio entre fuerzas antagónicas, este recién creado universo pictórico de Juan Uslé se desprende de sí mismo para conseguir una autonomía de significados, pero sobre todo para que el Signo no devore al Ser, haciendo un uso descarado de un bello e inteligente verso de Octavio Paz. Y con ello una demostración muy efectiva de cómo puede ser tratado lo humano (esos entrañables Soñé que revelabas, En tus ojos o Desvelo, de los títulos), y lo real que ocupa, sin por ello recurrir a ninguna escritura de fácil reconocimiento impresionista, ni tampoco a los falsamente acomodaticios juegos de querer usar muchas lenguas y no hablar bien ni siquiera la propia. El horizonte alegórico de estas obras de Juan Uslé, la tan abstracta como figurativa ilusión de su real presencia, se desplaza móvil e incesante como el cañón de luz que proyecta un reflector para iluminar las teselas de un bellísimo mosaico.